Pancartas en el camino a la casa del vicepresidente de Brasil, Michel Temer, dedican duras palabras para el hombre que podía tomar el timón del gigante sudamericano, si la presidenta Dilma Rousseff es sometida a juicio político.
“Golpista”, se puede leer en los carteles a lo largo de la ruta.
Es una acusación que Rousseff también ha hecho, calificando el proceso de juicio político como un “golpe” y llamando a Temer “conspirador”.
“No hay un golpe de Estado en este país. No hay ningún intento de violar la Constitución”, dijo Temer, y agregó que el 62% de los brasileños están a favor de la destitución de Rousseff.
Y es que si el Senado vota a favor de la celebración de un juicio político, Temer tomará las riendas del país durante al menos 180 días, mientras Rousseff se defiende.
Si Rousseff es encontrada culpable, la ley brasileña dice que Temer deberá cumplir el resto de su mandato, que se extiende hasta finales de 2018.
“Mi propuesta es una de reconciliación nacional, de pacificación nacional”. “Ya lo he dicho muchas veces, pero lo que propongo es un gobierno que pueda actuar como salvación nacional. Eso unificaría a todos los partidos, incluyendo aquellos en el lado de la oposición. Creo que esa es la única manera de salir de esta crisis… Mi objetivo será, con el apoyo de las fuerzas políticas del país, formar un buen gabinete para aconsejarme y garantizar la gobernabilidad, para ayudar a la recuperación económica y poner al país de nuevo en marcha”, dijo Temer.
La presidenta no está implicada en el escándalo, pero millones de brasileños han salido a las calles para exigir su destitución por la corrupción institucional y la recesión económica.