En una ciudad donde el pánico no deja de crecer, por segundo día consecutivo un atentado terrorista estremeció a los ciudadanos de la caucásica Volgogrado, que ahora evitan los transportes públicos después de que una mujer se detonara el domingo en la estación de tren y un hombre lo hiciera ayer dentro de un trolebús lleno.
En el último ataque murieron al menos 14 personas, tres menos que en la central de ferrocarriles. Los servicios de seguridad de Rusia están en estado de alerta en la región, ya que el 7 de febrero comenzarán en la ciudad de Sochi los Juegos Olímpicos de Invierno, sobre los cuales los separatistas ultraislámicos extendieron sus amenazas, en abierto desafío al premier Vladimir Putin.
El atentado de ayer se produjo apenas pasadas las 8 de la mañana en un trolebús repleto de la línea N15 que une una zona residencial con el centro de la ciudad.
“Del antiguo trolebús quedó sólo la carcasa. La explosión fue de tal fuerza que reventó la ventanas de un edificio de viviendas de cinco plantas que está enfrente”, graficó el portavoz del Comité de Instrucción, Vladimir Markin, quien agregó que la bomba activada por el terrorista suicida tenía una potencia de 4 kilos de TNT.
El número de víctimas podría crecer en las próximas horas, ya que de una veintena de heridos hospitalizados tras el ataque, tres se encontraban en estado extremadamente grave, entre ellos un bebé de menos de ocho meses, según informó la ministra rusa de Sanidad, Veronika Skvortsova.
El gobierno ruso responsabilizó a extremistas del Cáucaso Norte por los dos ataques. “Bandidos como el líder islámico Doku Umarov envían bajo la bandera de la Jihad (guerra santa) a nuevos combatientes a una guerra terrorista ”, dijo el Ministerio del Exterior.
Hasta anoche nadie había reivindicado los ataques suicidas, pero hace apenas unas semanas Umarov había amenazado con un boicot mediante ataques a los Juegos en Sochi, que se realizarán en febrero, por considerarlos “bailes satánicos sobre los huesos de nuestros antepasados”. Putin quiere usar el certamen como un elemento de propaganda de su gobierno en el exterior. El atentado es un abierto reto a su estrategia de parte de los integristas ultraislámicos de las ex repúblicas soviéticas del Cáucaso, que desde siempre disputaron el centralismo del Kremlin.
En la región se vive un conflicto religioso, étnico y social que enfrenta a separatistas con Moscú. Tras la primera guerra de Chechenia, entre 1994 y 1996, la rebelión se fue islamizando y extendiendo fuera de las fronteras de esta pequeña república para transformarse en un movimiento armado y que actúa en todo el Cáucaso Norte.
El año pasado, desde Moscú llegaron a la República de Daguestán 30.000 soldados con cientos de tanques, una clara señal de que el Ejecutivo de Putin no controlaba la situación en la zona.
Antes de esa intervención militar, el Kremlin invirtió miles de millones para convertir esa región en un centro turístico con fuentes de trabajo para que la delicada situación económica de sus jóvenes no sea funcional a los intereses de los islamistas. Pero parte de ese dinero terminó yendo a los bolsillos de funcionarios corruptos.
El miedo que hay ahora en Volgogrado se refleja en el relato de un testigo que llevó en su coche al hospital al conductor del trolebús. “Me contó por el camino que había muerto la inspectora de boletos. Ella se había pasado toda la mañana preocupada por un posible atentado con bomba.
‘Que no nos pongan una bomba’, decía, y al final explotó y murió”, relató el testigo al canal de televisión NTV.