En un día como hoy, pero de 1957, murió Pedro Infante a causa de un accidente aéreo. A las 7:54 de la mañana se estrelló el viejo avión de carga que piloteaba cuando viajaba de Mérida, Yucatán, al Distrito Federal.
Dos horas después del avionazo la Ciudad de México se paralizó por el grito de los voceadores “¡Pedro Infante murió en un terrible accidente!”.
Era el único ídolo en esos días, ya que Jorge Negrete había muerto por enfermedad y su deceso ya era esperado. Pero la muerte de Pedro Infante si conmocionó no sólo a México, sino a toda América Latina y parte de Estados Unidos.
“El tío Polito”, gran declamador y locutor estrella de la XEW, fue la voz que se encargó de dar la noticia por radio a las 11:15 horas de aquel fatídico Lunes Santo: “Boletín, boletín… el cantante Pedro Infante falleció en un accidente de aviación…”.
Aquel 15 de abril de 1957, hace 58 años, el pueblo mexicano perdía a su ídolo. Aún estaban frescos en la memoria las dos ocasiones en que el mazatleco criado en Guamúchil había sobrevivido a otros dos avionazos.
A partir de ese momento comenzó la leyenda del actor y cantante más popular que haya tenido México.
“Tengo la sangre liviana”, dijo alguna vez al explicar su carisma, su imán, su magnetismo y el gran amor que sentía el pueblo mexicano por él.
Pedro medía un metro 70 centímetros de estatura pero su cuerpo se redujo a 88 centímetros por las quemaduras. Fue llevado al Hospital Terán, donde se le embalsamó para ser velado en Mérida.
A las once de la mañana del martes 16 de abril, el féretro con los restos del ídolo del pueblo llegó al aeropuerto de la Ciudad de México donde ya lo esperaba una multitud y el cuerpo de Policía y Tránsito del Distrito Federal.
Fue llevado a al Teatro Jorge Negrete de la ANDA a las doce del día. El pueblo desfiló para darle el último adiós. Al día siguiente los restos de Pedro fueron trasladados al Panteón Jardín abanderados por un cortejo de motociclistas del Escuadrón de Tránsito y cientos de vehículos de familiares, amigos y admiradores, así como camiones repletos de ofrendas florales entre una valla humana.
Al filo del mediodía el féretro fue depositado en su tumba en medio de un silencio espectral captado por las cámaras de televisión y la voz entrecortada y las lágrimas de Gonzalo Castellot y Pedro de Lille quienes describían la escena del último adiós al amigo, al hermano, al hijo del pueblo, al ídolo de las multitudes.
Desde entonces, cada año, decenas de personas se dan cita en el Panteón Jardín para recordarlo, imitarlo y cantar las canciones que inmortalizó.