Los griegos, divididos como están, observaron este sábado una jornada de reflexión, la víspera de un histórico referendo que determinará el destino del país en la zona euro y la suerte del gobierno de izquierda de Alexis Tsipras.
Tras una campaña de apenas una semana, los griegos votarán el domingo “sí” o “no” a las condiciones planteadas por los acreedores (la UE y el FMI), para cerrar un acuerdo que siga cubriendo las necesidades financieras del país.
Después de cinco años de profunda crisis, la población está muy dividida ante la consulta, lo que quedó claro en las masivas manifestaciones rivales del viernes por la noche en el centro de Atenas.
Los partidarios del “no”, defendido con ardor por el gobierno para negociar “un mejor acuerdo” con los acreedores, creen que ésta es la vía de salida a una austeridad contraproducente.
Los partidarios del “sí” creen, en cambio, que está en juego la permanencia del país en la Eurozona y la UE, y ven el “no” como la vía abierta al “caos”, el “aislamiento” y la vuelta al dracma, la antigua moneda nacional.
Los dos últimos sondeos publicados el viernes apuntaban a un resultado muy apretado en el referendo, que tendrá lugar en pleno corralito y es el primero en el país desde 1974, cuando se votó por abolir la monarquía.
En virtud del control de capitales instaurado durante una semana para evitar el derrumbe total de los bancos, los griegos sólo pueden retirar desde el pasado lunes un máximo de 60 euros por día y por persona en los cajeros automáticos.
Desde el martes, el país se encuentra en default ante el FMI, al que no abonó un pago de unos 1,550 millones de euros, y tampoco tiene acceso a la asistencia financiera de sus socios de la Eurozona, que ante la falta de acuerdo sobre un programa de ajustes y reformas no prolongaron su programa.