El presidente de EU, Donald Trump, mostró por qué incluso algunos republicanos cuestionan si tiene el temperamento y la capacidad de fungir como mandatario.
En una actuación increíble en un estridente mitin en Arizona el martes, Trump reescribió la historia de su respuesta a la violencia en Charlottesville y reinició la guerra de las razas.
Trump en efecto se identificó como la víctima principal del furor sobre la violencia en Virginia, reprendiendo la cobertura de los medios de una crisis política que se rehúsa a disminuir por su retórica sobre las razas.
En defensa a su respuesta a la violencia en Charlottesville, Trump omitió selectivamente su referencia a los comentarios de “muchas partes” o “ambas partes” que suscitaron la condena de ambos partidos por equiparar a los neonazis con los opositores.
Su actuación fue un claro indicio de que se siente mucho más cómodo, y quizás más motivado, para actuar como un lanzallamas político, que aprovecha las divisiones nacionales en lugar de un presidente que quiere unir a la nación.
Trump amenazó con cerrar el gobierno a menos que el Congreso financie su muro fronterizo y casi prometió un perdón al sheriff de Arizona Joe Arpaio, quien fue condenado por desacato a la corte en un caso relacionado con categorización racial.
Trump criticó al senador John McCain, quien está luchando contra el cáncer, y le dio la espalda a los senadores republicanos a los que culpa por su insignificante récord legislativo. Y él predijo que las pláticas de la renegociación del TLCAN fallarían.
Fue un vistazo en tiempo real notable de las frustraciones internas del presidente, quien aparentemente cree que está siendo perseguido por la cobertura precisa de los medios de su conducta y nunca puede descansar de las críticas.