Desde temprano, don Gonzalo Ehuán Chi, acompañado de su esposa llegó al Cementerio de la Villa de Pomuch.
Con flores en mano, veladoras, una brocha, un pincel, y un mantel que tenía un bordado hecho a mano, sacó de la bóveda un osario donde están resguardados los restos de su suegra.
Con toda paciencia, como si estuviera detallando una obra de arte, don Gonzalo se dio a la tarea de retirar con la brocha, todo rastro de polvo y suciedad. Inició con el cráneo, sacudiendo con el pincel todo los orificios, mientras platicaba en lengua maya con su esposa, quien por ratos le limpiaba el sudor de la frente.
Un ritual, que pese a los intensos rayos del sol, duró poco más de una hora, y que no concluyó hasta haber limpiado todos los huesos y haber colocado el blanco mantel dentro del osario.
Como ellos, cerca de siete familias más repetían el mismo ritual que tiene como principal significado bañar y vestir al ser querido que ha partido físicamente pero que regresará en espíritu este primero y dos de noviembre.
Y es que mientras que para algunas culturas, esta actividad podría resultar macabra, para los hecelchakanses, la limpieza de osamentas es una actividad normal previa a la festividad de Día de Muertos, que refleja amor y veneración.
En el panteón de Pomuch, es común ver los cráneos y los huesos saliendo de los osarios, resguardados con un mantel donde se puede leer el nombre del difunto bordado con colores brillantes, siempre acompañados con flores multicolores y la cruz.
Una tradición que reúne a propios y extraños y que lejos de intentar despertar la curiosidad, pretende recordar que este mundo no sólo le pertenece a los vivos.