Publicadas en alemán en 1906, ahora son dadas a conocer en español Las memorias del jardinero de Maximiliano, en una edición que recoge las “impresiones y experiencias personales” de Wilhelm Knechtel, quien acompañó al archiduque de Habsburgo y la emperatriz Carlota de Bélgica en su aventura imperial en tierras mexicanas entre 1864 y 1867.
Editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), la publicación permite seguir, a través de la mirada del joven botánico Knechtel, los pasos del emperador Maximiliano y su corte, desde el viaje en la fragata Novara y su llegada a Veracruz, Puebla y la Ciudad de México, hasta el diseño y construcción del castillo y los jardines de Chapultepec.
Para la maestra Amparo Gómez Tepexicuapan, investigadora del Museo Nacional de Historia “Castillo de Chapultepec”, las memorias de Knechtel son relevantes porque “se trata del testimonio directo de un hombre que presenció uno de los episodios más emblemáticos de la historia mexicana del siglo XIX”.
Además, la cercanía del jardinero con el archiduque “le permitió reparar en sucesos que para otros pasaron inadvertidos”, como la verdadera pasión que Maximiliano sentía por la naturaleza, a más de su exquisito gusto por la arquitectura y su afición por la jardinería: “Ello fue resultado de sus vivencias juveniles, sobre todo de los numerosos viajes que realizó, a partir de 1850, a Grecia, Italia, España, Portugal, Tánger y Argelia”.
También Maximiliano viajó por Francia, Inglaterra, las Islas Canarias e incluso Brasil, apuntó la investigadora. Sin embargo, “su interés en estas disciplinas se generó en 1856, cuando planeó y supervisó la construcción del castillo y parque de Miramar”, en la costa adyacente a Trieste.
En México, la primera tarea de Wilhelm Knechtel (1837-1924) fue rehabilitar los jardines del semiderruido Castillo de Chapultepec, pero también contribuyó a acondicionar el Jardín Borda, en Cuernavaca, rentado como casa de campo de los emperadores, y participó en la construcción, inconclusa, de la casa y jardín del Olindo, en Acapatzingo, poblado cercano a Cuernavaca.
Amparo Gómez señaló que “una vez que Maximiliano y Carlota entraron en la capital, el 12 de junio de 1864, al otro día enviaron a Knechtel a Chapultepec, donde lo recibió el mariscal Aquiles Bazaine”, jefe de las fuerzas de ocupación. Inmediatamente, el arquitecto Julius Hoffmann y el jardinero pusieron manos a la obra para acondicionar los aposentos de la pareja imperial.
En sus memorias “Knechtel describe la impresión que causó en Maximiliano la maravillosa vista del Valle de Anáhuac que se aprecia desde Chapultepec, inmediatamente quiso cambiarle el nombre por el de Miravalle, como su castillo de Miramar, sin embargo la tradición se impuso y siguieron llamándole Chapultepec”, aseguró la investigadora.
La especialista agregó que el emperador quería construir en Chapultepec un parque como los que se estilaban en las residencias de Europa: “Aunque ya no le dio tiempo, Maximiliano planeaba transformar el bosque salvaje en un parque con avenidas, glorietas y esculturas; pensaba poner a los grandes músicos, pintores y filósofos”.
Añadió que el archiduque era admirador de la cultura prehispánica (en el libro se describe su visita a caballo a las ruinas de Teotihuacan), por lo tanto pensó en “construir una pirámide en Chapultepec, además comisionó a una persona para que fuera a Egipto a traer varios ejemplos de la escultura y arquitectura antiguas”.