El papa Francisco presidió en El Vaticano la misa de Pascua bajo una fuerte lluvia.
Se instalaron grandes parterres de flores frescas de colores vivos. A la izquierda del altar se expuso un gran icono de Cristo.
La multitud se apiñó bajo un mar de paraguas multicolores entre la columnata de Bernini.
Esta tercera Pascua que celebra Francisco desde su elección en marzo de 2013 está ensombrecida por la masacre de los yihadistas somalíes shabab contra estudiantes, en su mayoría cristianos, de la universidad Garissa de Kenia, que el jueves dejó 148 muertos.
El papa se refirió repetidamente en estos últimos meses a una “tercera guerra mundial”, que se desarrolla “por partes”.
Las masacres y el número masivo de refugiados en Siria e Irak, el caos en Libia o en Somalia con repercusiones en Kenia, los enfrentamientos civiles en República Centroafricana, los atentados anticristianos en países como Pakistán, su represión en China y Corea del Norte: el número de países donde los cristianos se ven amenazados es amplio.
Jorge Bergoglio dio después su “bendición a la ciudad y al mundo (“urbi et orbi”).
El papa explicó que el misterio de Pascua “no era un hecho intelectual” sino accesible gracias a una actitud de humildad: “Para entrar en este misterio, es necesaria la humildad de inclinarse, de descender del pedestal de nuestro yo tan orgulloso, de nuestra presunción: la humildad de redimensionarse”, dijo.
También dijo que para comprender ese misterio se requiere no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismo, no huir ante lo que no comprendemos, no cerrar los ojos ante los problemas, no negarlos, no eliminar los puntos de interrogación.
Llamó a acabar con el absurdo derramamiento de sangre en Libia y pidió que en Yemen prevalezca una voluntad común de pacificación, por el bien de toda la población.
Tras enumerar tales tragedias, el papa sólo destacó un motivo de “esperanza” al referirse al acuerdo marco concluido el 2 de abril en Lausana entre Irán y las grandes potencias sobre el programa nuclear. Deseó que sea “un paso definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno”.
Francisco no citó a su continente, América Latina, pero sí pidió paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga y destacó que a menudo están vinculados a los poderes.
De la misma manera -prosiguió- el mundo debe librarse de los traficantes de armas que se enriquecen con la sangre de hombres y mujeres. Asimismo criticó las nuevas y antiguas formas de esclavitud.